¿Cómo dejar de dar tanta importancia al físico en una sociedad donde nuestros cuerpos son observados, comentados, valorados y juzgados constantemente?.

Vivimos en una cultura que ha convertido la imagen física en una especie de moneda de pertenencia. Y lo más doloroso es que muchas veces, esa mirada externa termina convirtiéndose en nuestra propia voz interna. Nos juzgamos frente al espejo, nos comparamos, nos escondemos o exigimos perfección. Y aunque lo sabemos… seguimos atrapadas ahí.

Nos miramos al espejo con dureza, nos pesamos como si ese número definiera nuestro valor, o nos sentimos incómodas en la playa, en una foto, con según que ropa. Y no es porque seamos superficiales. Es porque nos han enseñado a mirar nuestros cuerpos desde fuera, no a habitarlos desde dentro.

Esto no va solo de estética. Es más profundo. Está relacionado con el miedo a no ser vistas, con el deseo de encajar y de ser amadas. Nos han dicho tantas veces que nuestro valor está en cómo nos vemos, que incluso cuando tratamos de soltarlo, vuelve disfrazado: “no es por belleza, es por salud”, “quiero sentirme bien conmigo misma”. Pero muchas veces, incluso esas frases esconden una exigencia. Entonces… ¿cómo soltar esta obsesión por nuestra imagen sin caer en una lucha interna más?

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La historia de Anna: un viaje hacia la reconexión con el cuerpo

Ella empezó la terapia diciendo:
Estoy cansada de pelear con el espejo. No me gusta lo que veo, y me siento culpable por eso. Siento que no debería importarme tanto, pero me importa.

Y esa lucha la vivía cada día: al vestirse, al hacer una foto, al ver otras mujeres en redes sociales. Todo se teñía de autoevaluación. A ratos se culpaba por ser superficial, otras veces se convencía de que solo quería cuidarse… pero, en el fondo, estaba atrapada en una mirada exigente. Como si su cuerpo tuviera que ser otro para poder relajarse.

Incluso en momentos felices, había una parte de ella que se salía del instante y evaluaba cómo se veía desde fuera.

Me decía: “No sé cómo soltar esto. Me siento ridícula por darle tanta importancia, pero no puedo evitarlo.”

Y no era raro. Ana, como muchas mujeres, había crecido en una familia donde se elogiaba la delgadez, donde los cuerpos eran tema de conversación, donde el amor propio se confundía con el autocontrol. Había probado de todo: dietas, deporte, meditación, afirmaciones positivas… y aunque a ratos lograba sentirse mejor, el foco seguía ahí: en la imagen.

Un nuevo enfoque: aprender a escuchar y habitar el cuerpo

En nuestras sesiones, poco a poco, fuimos girando el eje. En vez de preguntarse cómo verse mejor, empezó a preguntarse:

¿Qué necesita mi cuerpo hoy?
¿Desde dónde me estoy hablando cuando me miro?
¿Qué parte de mí se siente insegura, y qué historia lleva detrás?

Y algo empezó a cambiar. Ana comenzó a dejar de mirar su cuerpo como un objeto a corregir, y empezó a reconocerlo como un lugar al que volver.

Fuimos trabajando no solo desde lo verbal, sino también desde la terapia corporal integrativa. Hubo sesiones en las que nos permitimos mover, respirar, sentir el peso del cuerpo, la temperatura, la presión de los pies en el suelo, el ritmo del pecho. Hicimos un trabajo de reconexión, de habitar el cuerpo sin exigencias.

Recuerdo especialmente una vez en que, tras un ejercicio de movimiento, Ana se quedó en silencio un momento y luego dijo:
Es curioso… cuando bailo o me muevo así, no estoy pensando en si me veo bien o mal. Solo estoy… en mí. Y ahí no me juzgo. Ahí puedo estar en paz con mi cuerpo.

Desde ahí empezamos a abrir otra puerta. No la del juicio ni la imagen, sino la del agradecimiento. En vez de preguntarse cómo se veía, comenzó a preguntarse qué le había permitido hacer su cuerpo.

En una sesión me dijo:
Mis piernas, que siempre he criticado por ser “gruesas”, son las que me han llevado a visitar un montón de lugares y las que me permiten bailar. . Mis brazos, los que escondía, son los que han abrazado, han cuidado, han cargado a mi hija…

Descubriendo las raíces de la obsesión por el fñisico

Trabajamos también los miedos que escondía este perfeccionismo y el dar tanta importancia al físico: el miedo al rechazo, a quedarse sola, a no ser suficiente. Y ahí apareció algo muy valioso: la comprensión de que esa exigencia con su imagen no venía solo de fuera, tenía raíces antiguas, familiares, sutiles a veces, pero muy presentes.

Poder reconocer eso le permitió abrazar a esa parte suya más vulnerable —la que solo quería sentirse querida, la que creía que debía hacer más, verse mejor, esforzarse siempre— y decirle, con ternura:
Ya eres suficiente. Ya eres bonita. No tienes que demostrar nada más.

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¿Cómo dejar de dar tanta importancia al físico?

La historia de Ana no es única. Tal vez te resuene. Tal vez tú también estás cansada de medir tu valor en tallas, kilos, arrugas o comparaciones.

Soltar esa mirada externa no significa dejar de cuidarnos. Significa hacerlo desde otro lugar. Desde el respeto, desde el deseo de sentirnos bien por dentro, desde el amor, no desde la corrección.

Aprender cómo dejar de dar tanta importancia a nuestro físico es, en realidad, aprender a mirar el cuerpo con más suavidad. Es dejar de exigirle que encaje en una idea y empezar a agradecerle lo que hace por nosotras cada día.

Es también un trabajo de fondo: de mirar qué historias internas nos empujan a esa exigencia. De ver qué parte de nosotras siente que no es suficiente, y acompañarla con presencia.

No hay fórmulas rápidas. Pero hay caminos. Y casi siempre empiezan por dejar de luchar y empezar a escuchar.

¿Y si empezaras hoy mismo a cambiar la relación con tu cuerpo?

Te propongo que después de leer esto, pauses un momento. Cierres los ojos. Y recorras tu cuerpo, parte por parte. No para juzgarlo, sino para sentirlo. Para agradecerle. Para habitarlo.

Y si en ese recorrido aparece el juicio —porque suele aparecer—, no lo pelees. Pregúntale qué quiere proteger. A veces, es solo una parte herida que aún necesita ser vista con ternura.

Estás en tu cuerpo. Estás viva. Y eso, ya es suficiente.

 

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