En muchas ocasiones, ciertas carencias afectivas de nuestra infancia influyen en nuestra vida adulta. Para el desarrollo de una autoestima sana y una adecuada confianza en la vida y en nosotros mismos/as, necesitamos establecer un vínculo de apego seguro en el que nos sintamos protegidos, validados y reconocidos.

Nuestros padres/madres o las figuras que cuidaron de nosotros/as cuando éramos pequeños, nos criaron como mejor pudieron con las herramientas, la capacidad y los recursos con los que contaban. Ell@s tienen su propia historia y mochila emocional. Sin embargo, esto no quita que podamos tener ciertas heridas emocionales.

De hecho, todos/as las tenemos, ya que no existen los padres/madres perfectos y no es necesario haber tenido una infancia sumamente traumática para sentirlas.  A partir de ciertas situaciones dolorosas, desarrollamos algunas conductas para «sobrevivir» o tolerar lo que vivimos en ese momento. Y, con esos patrones de comportamiento, saldremos luego a relacionarnos con el mundo, a pesar de que ya no sean necesarios e incluso nos compliquen la existencia.

Existen 5 tipos de heridas principales que podemos tener en mayor o menor intensidad:

-Herida de rechazo: se refiere a experiencias en las que sentimos que no éramos aceptados por nuestro cuidador/a tal y como éramos.

Esta herida nos puede llevar a la exigencia y la búsqueda de la perfección, a ser siempre complacientes con los demás, a no ser auténticos y honestos en nuestras relaciones y a una constante búsqueda de aprobación en el exterior. Todo ello en un intento de no volver a sentir el dolor del rechazo. También cabe decir que si tenemos esta herida, a veces veremos rechazo incluso donde no lo hay o, cuando lo hay, lo viviremos con un gran malestar por mínimo que sea o provenga de alguien que no tiene gran importancia en nuestra vida.

-Herida de abandono: se refiere a experiencias de soledad. Puede ser porque alguno de los cuidadores no ha estado presente o por falta de conexión emocional.

Esta herida suele llevar a tener una gran necesidad de aceptación, una dificultad para expresar mis necesidades y buscar apoyo y una tendencia a minimizar la importancia de los vínculos emocionales, estableciendo una coraza de «no necesitar de nadie» por miedo a volver a sentirse abandonado/a.

-Herida de humillación: se refiere a experiencias en las que recibimos el mensaje de que éramos insuficientes, «malos» o no merecedores de amor. Esto nos puede llevar a tener dificultades con el disfrute, el autocuidado y desarrollar una pobre autoestima.

-Herida de traición: se refiere a experiencias en las que alguien importante para nosotros/as hizo algo que rompió nuestra confianza. Esta herida nos puede llevar a desconfianza y conductas controladoras con los demás y una percepción pesimista de la vida.

-Herida de injusticia: se refiere a la experiencia de haber tenido cuidadores fríos y autoritarios. Esto nos puede repercutir en miedo a soltar el control, exigencia y búsqueda contante de poder y éxito.

La buena noticia es que podemos trabajar para sanar estas heridas y para no repetir esos patrones con nuestros propios hijos/as. Esforzarse en una maternidad/paternidad más consciente implica darse cuenta de las propias carencias para no proyectarlas en nuestras criaturas, dedicarles tiempo de calidad, validar sus emociones, tratarlas con el respeto que merecen, ponerles límites con firmeza y amor, y fomentar su autonomía.

 

Te invito a que reflexiones sobre aquello que te faltó escuchar de tus padres/madres y no te olvides de transmitírselo a tus criaturas: «estoy orgulloso/a de ti», «puedes hacerlo», «entiendo cómo te sientes», «te quiero tal y como eres», etc.