María llegó a mi consulta diciendo que quería trabajar su dependencia emocional. Le generaba gran dolor y frustración no encontrar una pareja que la valorara y la hiciera sentir amada. Se encontraba constantemente con hombres que no estaban disponibles emocionalmente y/o no buscaban una relación estable. Sentía que no la priorizaban ni la valoraban. Estaba desolada y desesperanzada, interpretando cada rechazo como una confirmación de su propia falta de valía, de no ser lo suficientemente buena.

Explorando la dependencia emocional

A medida que exploramos su historia personal durante nuestras sesiones, se hizo evidente para ella que el problema no radicaba únicamente en las personas con las que se encontraba, sino en cómo se percibía y trataba a ella misma dentro de estas relaciones a raíz de su dependencia.  María comenzó a darse cuenta de que ella misma no se priorizaba ni se valoraba cuando encontraba una posible pareja. Desatendía sus propias necesidades, sacrificando sus deseos y no poniendo límites para complacer a los demás y que quisieran estar con ella, intentando evitar el rechazo y el abandono. Permanecía en relaciones que no la satisfacían en lugar de escuchar lo que ella necesitaba y finalizar estos vínculos en los que no se sentía correspondida.

En el transcurso de la terapia, fue descubriendo que las raíces de sus patrones de relación caracterizados por la dependencia emocional, se remontaban a su infancia, marcada por una madre crítica y controladora que socavaba su autoestima y su sentido de valía personal.  Y un padre distante que tampoco colmaba su necesidad de afecto y reconocimiento. Fue viendo que había en ella una gran herida de abandono y de rechazo que se activaba con cada nuevo fracaso sentimental.

De alguna manera, buscaba inconscientemente vínculos en los que no se sentía vista ni valorada para ver si ahora la historia cambiaba. Sin embargo, así lo único que conseguía era una repetición de su experiencia traumática que la hacía sentirse cada vez menos válida.

De la dependencia al amor propio y el autocuidado

A medida que María se sumergía en la comprensión compasiva de su pasado, comprendió que el camino a seguir era trabajar en el amor hacia sí misma, aprendiendo a abrazar a aquella niña que se sintió sola, rechazada y no amada tal y como era. Pudo permitirse expresar su dolor, su rabia y su tristeza, consolándose y sosteniéndose a sí misma. A partir de ahí,   comenzó a escuchar y atender sus necesidades, a priorizarse y a empezar a liberarse del peso de la autoexigencia y la autoinculpación que había cargado durante tanto tiempo.

Hoy, María ha aprendido a disfrutar de su propia compañía, sintiéndose más independiente y  empoderada. Es más capaz de poner límites, de no olvidarse de lo que ella necesita y de alejarse de relaciones que no la hacen sentir bien. Se ha dado cuenta de que no está sola, sino que se tiene a sí misma. Y percibe la soledad como una oportunidad para reencontrarse y fortalecer esa relación consigo misma.

A través de la conexión con ella y del desarrollo de una mirada más compasiva, va descubriendo la belleza de su propio ser y la fuerza de su autenticidad.

Si te sientes identificada/identificado con esta historia y necesitas ayuda, reserva tu cita. Te espero para acompañarte.