Fluir significa dejar que las cosas sigan su curso natural. La Real Academia, en el caso de una palabra o idea, lo define como: “brotar con facilidad de la mente o de la boca”.

En la Naturaleza las cosas fluyen, siguen su curso natural a no ser que algo las entorpezca. Una semilla germinará de manera natural si se dan las condiciones para ello, un río fluye hacia delante sin salirse de su cauce a no ser que, por ejemplo, unas grandes lluvias hagan que se desborde.

Pero, ¿fluimos los seres humanos?

Los humanos, al igual que el resto de animales y todos los seres vivos, disponemos de un mecanismo de autoregulación organísmica que hace que fluyamos de manera natural hacia adelante en la vida, pasando por la sucesión interminable de ciclos que constituyen la misma.

Este ciclo de autorregulación o, también llamado –entre otros- ciclo de la experiencia, se inicia cuando el organismo, estando en reposo, siente emerger en sí alguna necesidad; el sujeto toma conciencia de ella e identifica en su espacio algún elemento u objeto que la satisface. Acto seguido, el organismo moviliza sus energías para alcanzar el objeto deseado hasta que entra en contacto con él, satisface la necesidad y vuelve a entrar en reposo nuevamente. Podemos hablar de las siguientes fases que se dan de manera sucesiva:

  1. Reposo, un estado de plenitud en el que hay equilibrio entre yo y el ambiente, en el que se perciben como satisfechas todas las necesidades.
  2. Sensación, la percepción de un cambio en mi relación con el entorno, de un desequilibrio. Emerge en primer plano un estado, una imagen o un pensamiento, una percepción o un impulso; una sensación prioritaria que hay que satisfacer entre otras, que por un momento se difuminan en un segundo plano. Es una impresión vaga e imprecisa, seguida de cierta inquietud, sin una forma definida que me indique lo que necesito para calmar esa sensación. Es como una señal de alarma.
  3. Toma de conciencia, el darse cuenta, es la etapa siguiente en la que, tras desarrollarse, la sensación toma forma, se convierte en una algo identificable por mi intelecto, lo que ayudará al organismo a estimularse, orientarse y actuar. Por ejemplo, me doy cuenta de que tengo sed.
  4. Energetización o excitación. Al tomar conciencia de la sensación, el cuerpo moviliza la energía y se prepara para la acción.
  5. Acción. Es la capacidad para movernos y manipular el ambiente constructivamente. Al asumir este proceso dinámico hacemos un esfuerzo para realizar una intención o un impulso, para movilizarnos e ir hacia el objeto de nuestro deseo, hacia aquello que satisfará mi necesidad o me alejará de aquello que necesito evitar para sentirme seguro/a.
  6. Contacto. Es la fase en la que por fin puedo satisfacer mi necesidad, si tengo hambre como, si tengo sed bebo. El contacto es la supresión de la distancia que me separa del objeto de mi necesidad. Como consecuencia se producirá una transformación en mi y también en el objeto. Si se trata de comida, entra a formar parte de mi organismo, y ambos quedamos transformados; si es un contacto amoroso, ambos seremos diferentes porque ambos nos hemos influido, y así con cualquier necesidad satisfecha.
  7. Consumación o realización. Consiste en vivir el placer del momento, cuando la frontera entre el sí mismo y el otro desaparece, el punto culminante del ciclo que permite retirarse plenamente satisfecho/a.
  8. Retirada. Es el último paso del ciclo. Tras la experiencia del contacto y la realización, el organismo necesita de un periodo de reposo y se retira, volviendo a la fase de reposo hasta que se inicie un nuevo ciclo con una nueva sensación.

Pero, ¿dejamos siempre que este ciclo fluya de manera natural?

Está claro que no. En ocasiones no es insano interrumpirlo. Por ejemplo, puedo tener sed y esperar a que acabe la clase para ir a satisfacer mi necesidad o, en relación a una necesidad emocional, puedo necesitar mandar a freir espárragos a mi jefe y, en lugar de eso, irme después del trabajo a una clase de Kick Boxing. Pero cuando esta interrupción no la decidimos libremente sino que se produce de manera automática y rígida cuando me encuentro ante determinada situación, entonces puede causarnos problemas y, tal vez, necesitaremos ayuda de un terapeuta.

El ciclo de autoregulación expresa el proceso natural que surge a la hora de satisfacer una necesidad. Sin embargo, debido a las experiencias vividas y los mecanismos de defensa desarrollados, tendemos, en ocasiones, a interrumpir este proceso. Estas interrupciones pueden darse en cada una de las diferentes fases (hay personas incapaces de sentir; otras, en cambio, se excitan rápidamente, sin pensar en lo que necesitan; otros se bloquean entre el darse cuenta y la movilización de energía).

¿Cómo podemos dejarnos fluir?

1. Autoobservándonos

En primer lugar es indispensable la autoobservación. Pararnos, respirar, dedicar tiempo en nuestro ajetreado día a día a analizar nuestra conducta.

Dándonos cuenta de que estamos interrumpiendo el ciclo y en qué fase está ocurriendo.

3. Atreviéndonos a hacer pequeños experimentos

Para que podamos comprobar qué pasa si no interrumpimos el ciclo. Si, por ejemplo, tiendo evitar el ir a fiestas debido a mi timidez, puedo probar a ir un ratito a una en la que haya gente de mucha confianza y, progresivamente, enfrentarme a pruebas más complicadas.

4. Descubriendo qué hay detrás de ello

No siempre es tan fácil como proponérselo y empezar a dejar de interrumpir el ciclo. Lo interrumpimos ayudándonos de diversos mecanismos de defensa que, seguramente, llevamos utilizando mucho tiempo y que, en su momento, nos sirvieron para algo. Si aprendí a no quejarme porque mis padres me castigaban, en la vida adulta probablemente me seguirá siendo difícil y si, por ejemplo, no estoy de acuerdo con mi salario, me costará pedir un aumento.

5. Cerrando aspectos inconclusos

Al darme cuenta de que sigo sin expresar mis quejas para obtener la aprobación de mis padres y evitar el castigo, puedo darme cuenta de que ya no soy aquel niño/a que necesite esa aprobación, pues puedo sostenerme solo/a. Es entonces cuando podré ir enfrentándome a expresar mis quejas y ver que, tal vez no pasa lo que yo espero, no se me castiga/reprime y si sí que pasa, ahora puedo defenderme y defender mi derecho a expresarme y mi punto de vista.

La semana pasada realicé con los pacientes del Centro donde trabajo una dinámica grupal sobre el ciclo de autorregulación. Tenían una hora para ir detectando sus necesidades y satisfaciéndolas. Cada uno pudo darse cuenta de algunos momentos en los que interrumpía el ciclo y qué había detrás de ello. Os dejo aquí algunas de sus aportaciones:

Anna: observé una sensación de inquietud, tomé conciencia de que me sentía sola y me apetecía ir a sentarme al lado de alguien, noté como mi cuerpo se energetizaba pero no pasé a la acción. ¿Por qué? Una vez más por el miedo al rechazo, que se instaló en mi tras experiencias de rechazo al expresar mis necesidades durante la infancia sobre todo por la figura materna.

Aquí vemos como Anna interrumpió el ciclo entre la energetización y la acción.

Cristian: sentí que necesitaba ir a compartir con alguien lo mucho que me estaba costando el ejercicio. Pasé a la acción, me expresé y, aunque ya había satisfecho mi necesidad, me quedé como “enganchado” a esa persona y continuamos hablando por un largo rato. No quería que ella se enfadara, me juzgaba a mi mismo como egoísta si me iba.

Cristian interrumpió el ciclo entre la consumación y la retirada.

Marta: noté una sensación y me dirigí hacia una persona para decirle que si necesitaba algo, yo estaba allí. No contacté con lo que yo podía necesitar sino más bien con lo que podía necesitar otra persona. Veo que tiendo a tener mi mirada más puesta en los demás que en mi.

Marta interrumpió el ciclo entre sensación y conciencia.

Y tú, ¿dónde interrumpes el ciclo?